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La inteligencia emocional es la capacidad de percibir, entender y regular las emociones propias y a su vez, también las de los demás. Esto puede incluir la identificación de las emociones, la expresión adecuada de las emociones, y la capacidad de adaptarse y responder de manera saludable a las emociones. 

Saber cómo relacionarnos con nuestro mundo emocional es básico para poder movernos en la vida, ya que generalmente tienen un gran impacto sobre nuestro día a día y en nuestras relaciones con los demás.

Las emociones son estados mentales y fisiológicos subconscientes que surgen como respuesta a situaciones internas o externas, son estados generalmente cortos e intensos. Son una parte normal y saludable de la experiencia humana, y pueden ser muy útiles para proporcionarnos información sobre nosotros mismos y nuestro mundo.

¿Las emociones son buenas o malas?

Aunque en algunas ocasiones la gente tiene tendencia a identificar lo agradable con algo bueno y lo desagradable con algo malo, lo cierto es que no hay emociones buenas y malas. Hay emociones que no son más placenteras y otras que lo son menos, y todas, absolutamente todas, tienen una intención positiva, incluso cuando nos cuesta verlo porque la emoción no nos gusta especialmente.

La intención positiva de las emociones es la idea de que las emociones tienen un propósito positivo y nos pueden ayudar a comprender y adaptarnos mejor a nuestro entorno. Según esta perspectiva, las emociones nos proporcionan información valiosa sobre nuestras necesidades y deseos, y nos ayudan a conectarnos con los demás y a tomar decisiones. En lugar de tratar de negar o controlar nuestras emociones, podemos aprender a reconocerlas, aceptarlas y utilizarlas de manera saludable.

¿Cómo atender mi sentir emocional?

Nuestro cuerpo quiere ayudarnos, tiene la misión de protegernos y cuidar de nosotr@s. Es por eso que los mensajes que nos envía, tienen la intención de advertirnos respecto a algo a lo que debemos prestar atención. 

Muchas veces las emociones pueden enviarnos un mensaje importante sobre nuestras necesidades o deseos. Por ejemplo, si nos sentimos tristes después de una discusión con un amigo, esta emoción puede ser una señal de que necesitamos más apoyo o comprensión de nuestras relaciones. Si nos sentimos enojados después de un día estresante en el trabajo, esta emoción puede ser una señal de que necesitamos encontrar maneras de manejar el estrés de manera más equilibrada. Al reconocer y explorar nuestras emociones, podemos obtener más información sobre nuestras necesidades y encontrar maneras de satisfacerlas de manera más ecológica para nosotr@s.

¿Qué mensaje tienen para mí?

Todos los días recibimos mensajes. No sólo eso, ¡recibimos decenas de ellos! Somos como una gran central de mensajería interceptando paquetes y notificaciones.

Imaginemos por un momento cómo sería el funcionamiento de esta mensajería emocional. Hay un mensajero que tiene la misión de hacer entrega de sus paquetes. Ha de asegurarse de entregarlos a tiempo y de que el destinatario lo abra y lo atienda. Si no cumple su misión, pierde el trabajo.

La importancia de que los mensajes se reciban a tiempo viene determinada porque en según qué ocasiones la vida de la persona podría estar en verdadero peligro. El servicio de mensajes está automatizado, y eso significa que cada vez que se percibe un peligro, no sabe distinguir si ese peligro es real o imaginario, porque el cerebro no puede saber si tu miedo es porque hay un león que viene a por ti o si es porque te ha mirado la chica que te gusta. El resultado en muchas ocasiones es una emoción idéntica.

El mensajero tiene la misión no solo de entregarlo si no de asegurarse de que lo atendemos, ya que de ello puede depender que podamos prevenir problemas y nos ayude a tomar mejores decisiones. Y es por eso que el mensajero viene feliz a traernos sus distintos mensajes con una sonrisa. Unos días nos trae mensajes rojos, otros azules, otros naranjas, otros verdes. No sabemos bien a qué corresponde cada color pero empezamos a advertir que los azules y verdes suelen ir acompañados de sensaciones que nos gustan y todo va bien, y con los rojos y naranjas no parece suceder lo mismo.

Así que mientras llegan los primeros todo son sonrisas y abrimos la puerta del mensajero encantados. Pero cuando empiezan a llegar paquetes rojos y naranjas cada vez nos da más y más pereza abrir la puerta y recibirlos, tanto es así que en muchas ocasiones cuando llama, sabiendo ya que seguramente será uno de ese color, preferimos subir la tele y fingir que no hemos escuchado el timbre.

Ilusos de nosotros pensamos que el mensajero si ve que no abrimos se irá con los paquetes a otra parte, pero de eso nada. Los paquetes empiezan a amontonarse en la puerta. Y cada vez son más y más. Y como el mensajero empieza a sospechar que no quieres abrirle, decide cambiar el horario en que va a visitarte, y decide hacerlo ahora por la noche, confiando en que así te pille más dispuesto a abrirle.

Y llama, y aporrea la puerta, e insiste e insiste tratando de conseguir su objetivo. 

Si un día te pilla flojo y abre la puerta, la montaña de paquetes te desborda y puede hacerte perder los nervios y entrar en pánico. Pero si aguantas bien el envite, por mucho que el mensajero insista en perturbar incluso tus noches llenándolas de pesadillas, no abrirás la puerta bajo ningún conceptos y además de evitar todos esos paquetes rojos y naranjas, estarás también dejando de atender todos los azules y verdes. De modo que tratando de impedir las emociones más desagradables habrás conseguido dejar de disfrutar, de ilusionarte, de tener energía y de sentirte feliz, ya que todas emociones estarán bloqueadas también al otro lado de la puerta.

El mensajero por supuesto es tozudo, tiene un trabajo que cumplir y no parará hasta conseguir entregar los paquetes, así que continúa insistiendo e insistiendo. Intenta colarlos por las ventanas, por la terraza, intenta fingir que es otra persona para que abras… pero nada. Y en la vida real eso se transforma en pensamientos automáticos rumiantes, de esos que no te puedes quitar de encima en ningún momento. Y ni aún así queremos abrir la puerta.

El mensajero empieza a estar desesperado y comienza técnicas mucho menos sutiles (cortes de luz, gas lacrimógeno, ruido frenético…). Y ahí aparecen los dolores de estómago, los problemas de piel, las contracturas musculares…

El mensajero solo quiere que recibas el mensaje, lo que después decidas hacer con él será asunto tuyo, pero es importante que lo recibas y por eso insiste.

Todos tenemos un mensajero personal y podemos tener con él una buena o una mala relación, eso depende de nosotros. Cuánto más dispuesto estés a abrir la puerta y recibir de buena gana todo lo que te brinde, mejor será vuestra relación. Cuando más te niegues a atenderle, mayor será su violencia.

Y tú, ¿cómo quieres relacionarte con tus emociones?

Si quieres aprender a conocerte mejor y mejorar tu relación contigo mism@, podemos ayudarte.

Para más información de gestión emocional pincha aquí.

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